Foto: Èlia Farràs
Seijaku es una palabra japonesa que significa “serenidad en medio del caos”. Es lo que he estado buscando en estos últimos tiempos de incertidumbre, de percepción intensa de cambio tanto en lo exterior como en lo interior, y lo que he encontrado leyendo “Shiawase-dô” de Alex Pler en las últimas dos semanas.
Ya sabrás si sigues este blog –y si no, ya te lo cuento yo ahora- que amo las palabras en otros idiomas, especialmente aquellas que no encuentran término análogo en el mío. Me pirra “cazar” esas palabras en libros como “Lost in Translation”, de Ella Frances Sanders, o la más reciente “Hanakotoba”, obra también de Alex Pler. Creo que en el fondo lo que me enamora de ello es descubrir nuevos planos de conciencia… Porque las palabras denominan experiencias del mundo. Y dicen mucho de la cultura que las posee.
Pero con el japonés tengo una debilidad especial. Como al autor de “Shiawase-dô”, me pasa que tengo idealizada la cultura japonesa y que me quedo de ella con lo mejor.
Alex es dueño de Haiku, una librería japonesa en el barrio de Gracia de Barcelona a la que soy asidua. En Haiku no sólo se venden libros, papelería, ropa, objetos japoneses de todo tipo, sino que también se realizan talleres relacionados con las artes y la cultura japonesa, se convocan eventos y presentaciones en su bonito patio trasero. Allí aprendí los primeros pasos de Sumi-e, la técnica de tinta aguada japonesa.
Algunas perlas Shiawase-dô
Seijaku es una de las quince palabras que conforman el “camino de la felicidad”, que es lo que literalmente significa Shiawase-dô. Quince principios de la cultura japonesa para encontrar la plenitud de vida.
Ikigai sería uno de los pilares de ese camino. Ya te hablé en otros posts de este término, algo que me ha tenido atareada creo que desde que nací… ¿Qué es lo que te hace feliz? Dedícate a ello. Pero, ¡ay! Durante años lo confundí con una profesión. Leí muchos libros sobre el talento, sobre el camino de vida, asistí a conferencias, hablé con asesores espirituales, recibí terapia psicológica… Me sentía como un pez fuera de su pecera, o mejor aún, del mar al que pertenece. Y así he ido dando tumbos, hasta el día de hoy. Al leer la obra de Pler, y también a Héctor García y Francesc Miralles, he descubierto recientemente que el Ikigai es mucho más que una profesión. Es un modo de vida que nos anima (“Animar”, dar movimiento al ánima, a nuestra alma…)
Esto puede ser o no una profesión. Suelo decir que cuando tomé la decisión de ser maestra comencé a sentir que nadaba en aguas familiares… En mi elemento. Pero no estoy segura de que mi Ikigai pueda resumirse en la frase: “Ser maestra”. No. Tampoco en «Ser Escritora». La frase que ahora más se acerca a mi definición personal de ikigai sería ésta:
“Contribuir a alumbrar una nueva conciencia”
Me siento trabajadora de la luz. Y lo digo sin pretensiones ni altanería. Como una abejita dentro de un gran panal, que transforma la energía del sol en ese preciado néctar que es la miel. Un trabajo que realizo constantemente en mi interior y que me mueve a aplicarlo en la escuela, pero también en lo que escribo, en lo que comunico ya sea con palabras o con dibujos, en cualquier cosa que hago… No exento de errores, por supuesto, de caídas y de “cagadas” muy sonadas. De días enfurruñados y de vergüenza. Sí, pero ahí sigo. Siento que estoy en mi elemento y eso es pura vida.
Desde que tomé la decisión de dejar la empresa donde me consumía en un elemento que no era el mío para estudiar Magisterio, mi existencia se ha vuelto más luminosa y creativa en muchos aspectos. Me dediqué durante años al sector de las agencias de viaje, cuando en realidad lo que quería era viajar… Viajar físicamente y en conciencia hacia nuevas realidades.
Dice Alex en la página 25 del libro: “Nos educaron para pensar siempre en lo que lograremos con nuestro esfuerzo, y nunca nos insinuaron siquiera que el proceso pudiera disfrutarse”. Eso es el Ikigai y filtra todo lo que hacemos. En nuestra labor y en nuestro ocio.
Kodawari, “esmerarse con deleite en cada detalle”. Puedo dar fe de ello: los japoneses disfrutan en mejorar hacer aquello que se les da bien. Hiromi, mi profesora de japonés del curso pasado, regaló a Èlia una preciosa y delicada cajita hecha de origami con pegatinas japonesas dentro –que me pirran!- y un mensaje en japonés especialmente para ella, después de visitarla en la academia y decirle que le gustaba aprender palabras en su idioma. Lo hacen no para obtener reconocimiento, sino precisamente como agradecimiento y para disfrutar con tu felicidad al recibir lo que ellos han creado. Me fascina este rasgo de su cultura, como tantos otros.
Datsuzoku, “desprenderse de lo aprendido”, sería recuperar la naturalidad en los gestos y modos de hacer cuando ponemos en práctica la tarea. Tomar distancia y desconectar, como recomienda Pler a los escritores cuando están delante de un bloqueo, o como también dice Elisabeth Gilbert en su libro “Descubre tu magia”...Pensar esto me sirve de apoyo cuando paso periodos de estancamiento en mi proceso escritor. Diría que prácticamente resido en uno de ellos.. ¡Ejem!. Cuando no puedo seguir escribiendo mi novela –esa que corre el peligro de convertirse en una entelequia…- , escribo un post en este blog, o aprendo nuevas técnicas creativas, como el sumi-e, o canto y bailo, o salgo a hacer fotografías por rincones de mi ciudad…
Aware, “el asombro momentáneo” que nos hace apreciar el presente, se descubre en los Haikus, la poesía japonesa popularizada por artistas como Bashô, también influídos por otra palabra japonesa, el Shibumi, “la perfección sin esfuerzo”, la búsqueda de la esencia en lo mínimo (tan presente en creaciones japonesas y otras no tanto, como el diseño de la empresa Apple..). Yo misma abrí un cuaderno para escribir mis propios Haikus y recoger aquellos que más me gustan de otros autores. Y tuve la suerte de quedar finalista en el concurso que Alex Pler convocó en Haiku durante el confinamiento de marzo. Este es mi haiku del “confinamiento”:
Desde mi balcón,
luz entre los árboles
desvela un nido
También está Itadakimasu, el “recibir con agradecimiento”, que recitan en lugar de nuestro “buen provecho” cada vez que comen…
El Kikubari, “distribuir la mente”, para estar pendiente de lo que los demás necesitan…
El Sunao... ¡Ay, el Sunao! ¡Cuánto he practicado esto yo en vida! Y sigo siendo apenas una aprendiz… “Ser fiel a tí mismo, a tu verdad interna”. Esto implica decir “No” con gracia y a menudo. Cuántos disgustos he tenido tratando de complacer. Y trascendiendo esas barreras, enfrentándome al rechazo…
El Ma nos habla de crear un espacio vacio para preparar lo que viene después, la importancia de no rellenar todos los huecos… El Wabi-sabi nos descubre “la belleza de lo imperfecto” y el Dô, réplica del “Tao” chino, que la vida es un camino donde no dejamos de progresar y siempre aprendemos.
“Uno comienza a envejecer cuando deja de aprender”, dice un proverbio japonés.
No se me ocurre mejor subtítulo para este blog. Ese es el espíritu beginner.
Así hasta quince hermosos términos, acompañados al final de cada capítulo con una propuesta para poner en práctica en tu vida: enfocarte en un objetivo con la tradición del Daruma, envolver un regalo con tela según la técnica del furoshiki aplicando el Kodawari…
Todo ello entremezclado con las experiencias del propio Pler en Japón y también en Barcelona, donde reside. Como a Alex, a mi me pasa que tengo idealizada la cultura japonesa y que prefiero conservarla así, sin conceder más importancia a sus sombras – que las hay, como en todos los sitios, algunas de bien terribles-. Me encantaría vivir en Japón durante un tiempo, su calidez también me persigue desde que regresé de viaje y deseo fervientemente regresar… Pero sé que también acabaría volviendo a mi hogar mediterráneo para encontrar el equilibrio. Por algún motivo, Japón y su modo de entender la vida está en mi camino… Todavía no sé ponerle nombre a ello. Pero sí sé disfrutarlo.
Gracias, Alex Pler, por tu libro. “Ha estat una passejada desvetlladora”*. 😉
Regresaré a tu librería a menudo.
Feliz Semana
* “Ha sido un paseo revelador”.